Recuerdos del ayer

23.06.2012 02:00

 

A veces, en este trago tan terrible de mi vida, 
cuando siento profundamente la soledad y el silencio de estas horas... 
cuando es tarde pero no puedo dormirme... 
cuando desearía con toda mi alma tener a mi dulce corazón junto a mí... 
cuando necesito tanto el abrazo de mi dama que ya no existe..., 
vuelven a mi pensamiento recuerdos de otro mundo.
 
Recuerdos del ayer, 
íntimamente unidos a la hermosa canción nacida en aquel verano...
un verano de encanto y poesía, ya enterrado por los años, 
pero cuya letra permanece en mí íntegramente...
Sí..., en todos y cada uno de sus versos:
 
 
Para que no me olvides…
y me recuerdes, cuando estoy lejos…
han sido mis caricias, nuestros abrazos y nuestros besos….
 
Para que no me olvides…
y esté presente sólo en tu sueño…
te he dado mi cariño, que es lo más caro y mejor que tengo…
 
Para que no me olvides,
ni siquiera un momento…
y sigamos unidos, los dos, gracias a los recuerdos…
...
 
Para que no me olvides…
y me dediques un pensamiento…
te llegarán mis cartas, que cada día dirán te quiero…
 
Para que no me olvides…
y nuestro amor llegue a ser eterno…
romperé las distancias, y detendré para siempre el tiempo…
 
Para que no me olvides,
ni siquiera un momento…
y sigamos unidos, los dos, gracias a los recuerdos…
...
 
(“Para que no me olvides”, de Lorenzo Santamaría)
 
 
Recuerdos de otros tiempos, 
de aires más suaves, más limpios, más inocentes. 
Recuerdos de una playa a medio urbanizar, con cuatro coches. 
 
Recuerdos de la gente de un blanco pueblecito, 
sentada a las puertas de sus casas a las tantas de la noche, 
sintiendo la brisa del mar. 
Recuerdos del continuo griterío de los chiquillos, perenne, jugando a todas horas.
 
Recuerdos de un beso maravilloso de la novia de aquel verano, 
en la penumbra, entre el aroma de las plantas tropicales. 
Beso refrendado en la oscuridad, 
allí donde las luces de las farolas del paseo no alcanzaban. 
Adormecer de pies a cabeza... como una droga. 
Un beso en mi despertar a la vida... inolvidable... mágico.
 
Un beso en el propio beso.
 
Nuestro beso con sabor a mar...
 
Quince años, casi dieciséis. Ilusión gigante en el futuro. 
El mundo por montera. 
Un caballerete con corbata de hombre,
siempre manoseada frente al espejo situado en la puerta del “guateque”.
 
Hombrecito junto a su señorita vestida de falda y discreto tacón. 
Un lazo rosa alrededor de la cintura, tirabuzones dorados en el pelo, 
una felpa que recogía sus cabellos, a juego con el lacito... 
Radiante... preciosa... maravillosa. 
 
Pareja por “salir juntos” durante el verano; 
un estío largo, encantadoramente largo. 
Permiso de ella para besarla, tomarla de las manos y abrazarla del talle; 
raramente para algo más. 
Sólo los demasiado modernos, los perdidos, se procuraban más de la cuenta.
 
Amantes según creían él y ella en su bendita ignorancia de adolescentes. 
Ignorancia, sí, pero inmensa ternura, pasión explosiva, 
respeto gigantesco aunque el cuerpo estuviera a punto de reventar. 
Armonía como pocas veces después volví a sentir.
 
Dieciséis años, diecisiete, veinte... 
estudios, carrera, novia, esposa, hijos..., 
y en un pis-pas, cincuenta, cincuenta y uno, cincuenta y tres... 
¡La vida hecha! 
Muchas ilusiones realizadas, pero un inmenso dolor, 
punzante, continuo, hiriente como jamás sentí.
Un cáncer que vino a afectar al pilar más importante en mi vida: 
mi matrimonio. 
 
Mi matrimonio... 
Cimiento que siempre creí indestructible, inquebrantable, 
sustento del resto de mis valores: creencias, esperanzas, trabajo, ...
Y el cáncer, junto a mi preciada joya, arrasó con todo.
 
Mi matrimonio... 
Por el que acepté tantas cosas que supuse debía asumir. 
Entre ellas el conformarme con la falta de esa música que me envuelve 
y suena en mil pequeños detalles; 
detalles supuestamente inapreciables, sin pompa. 
Mil detalles que para mí constituyen la sal del día a día 
porque apagan nuestras soberbias y nuestros miedos.
 
Miles, millones de detalles de infinita hermosura, muertos, 
asesinados por la frialdad de los dichos de sombra, sin luz: 
“Te quiero mucho, pero yo soy así”, 
“Ya se da por supuesto, ¿por qué mostrarlo a cada minuto!”, 
“Luego, más tarde, ahora he de hacer...”. 
Savia de encanto estremecedor agotada, despreciada... 
¡Estúpido!... ¡Hay que poner los pies en el suelo! 
 
Ahora, entre lágrimas de amargura, 
aquellos deseos míos se ocultan y se tornan imposibles. 
Pero yo siento que las vibraciones de mi vuelo ficticio siguen estando ahí. 
Se encuentran dormidas... aunque sé que permanecen en mí.
Y se mantienen en mi ser... desde siempre... porque son mi propio yo.  
 
Es un vuelo a través de la música... 
música que hace rebosar el corazón y convierte la realidad en sueño. 
Un vuelo de ternura y hechizo. 
 
Un vuelo difuso, etéreo pero maravilloso, que requiere dos corazones enlazados, 
unidos en uno sólo, para mostrarse tangible. 
 
Aún así, y disfrazado de muchas formas distintas, mi sentimiento de esperanza, 
mi ser, mi yo entero, 
sigue escuchando con total nitidez, muy claramente, 
aquel son maravilloso de ilusión mágica:
 
Para que no me olvides,
y me recuerdes, cuando estoy lejos…
 
 
© J.B. Mena

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