Érase una vez... en mí

08.12.2012 00:00

 

¿Sabes?
El tiempo dijo una vez a una hermosa niña
de ojos limpios:
 
—¿Ves a ese chico afligido de ahí?
Yo soy quien todo lo diluye, quien todo lo cura,
quien todo lo entierra en el olvido,
pero eres tú... es tu afecto, chiquilla,
el quebranto de su sueño,
porque él siente sus esperanzas en ti.
 
Después, el tiempo exigió:
 
—¡Despierta, viento! ¡Ya es hora!
Esparce sobre ellos tu adormecer del Edén
y libéralos de las tristezas del ayer.
Envuelve belleza con belleza,
y hazles ¡sentir!... ¡amar!... ¡vivir!
su vuelo de infinita hermosura.
 
Y el viento respondió:
 
—Ellos sueñan su más allá; un sinfín de sensaciones.
¡Cielo, socórreme!
Abre tus estrellas, tu firmamento, tus ternuras,
porque su abrazo, su vuelo, me empequeñece.
Condúcelos a través de tu droga de colores,
entre tu anestesia de luminarias...
de libertad... de plenitud...
 
Entonces dijo el cielo:
 
—En mi azul no caben las tristezas,
¿muertas?,
ni tiene espacio la soledad.
A mi azul se accede con las manos entregadas;
sólo un espíritu vuela, un solo amor se concibe.
Mi azul es ternura, nebulosa y a la vez fulgor;
universo de luz... de color... de esperanza.
Mi azul, si lo sentís, es vuelo;
el vuelo de vuestro corazón.
 
¡Cielo! —exclamó el mar—
Es tu infinito quien los envuelve.
Los veo. Puedo sentirlos.
Es un beso de pureza abrazado en mis arenas.
Iluminados por tu luna y tus estrellas,
por el reflejo de mis aguas.
Amantes inundados de mí;
pasión que se eleva en ti.
 
Vuelan, ¡sí! —intervino la tierra—
Más sus pies han de caminar sobre mí,
en mi verdad oscura,
en mi día y en mi noche,
en mi otoño y fugaz primavera;
en mi mundo de llanto y amargura,
tangible, áspero y cruel, 
tenebroso...
real.
 
Y el fuego, hasta entonces callado, irrumpió:
 
—Sobre ti, ¡sí!...
pero ardientes el uno para el otro.
En la verdad de tu mundo, ¡sí!...
pero derretidos en un solo ser.
¡Juntos!... ¡Enlazados!... ¡Fundidos!
Abrasados en su corazón, dorado por mis llamas.
Incendiados en su vuelo de hermosura,
... con el tiempo detenido.
 
 
© J.B. Mena
 
 
 
 

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