En mi espantosa y amarga desazón no dejo de preguntarle una y otra vez la razón de su postura brutal. Pero sé bien que ya no me escucha, porque sin enterarme, ella es sorda a mis sentimientos desde hace ya muchos años... demasiados.
Celia, mi adorado corazón de dos, mi compañera en tantos azares, ya no está aquí. Con su marcha ha matado nuestra familia, y parece claro que para siempre, aunque mi absurda esperanza me anima porque sugiere que todo se arreglará.
El sólido sendero que sentía bajo mis pies acaba de transformarse de repente en humo; en algo que no es tangible; en material vaporoso que ya no puedo sujetar por más que me empeñe en hacerlo.
Celia, el amor hermosísimo de toda mi vida en quien tanto confié, mi joya preciosa que tanto valoré, mi compañera y mi abrigo en tantos y tantos caminos, ya no se preocupa por mis lágrimas porque nada le importan.
La maldita buhardilla, esas infames escaleras la han separado de mí.
¡No ha sido Celia quien ha querido esto!
¡Ha sido esta casa sombría, fría..., la buhardilla y las escaleras!
¡Mi Celia no es así!
¡Celia, dulzura de mi vida, corazón precioso mío...! ¿dónde estás?
Siento como el sueño me rinde en mi mundo con Celia. Su silencio lo invade todo, toda la casa... como ella siempre me invadió a mí.
Porque Celia es mi cómplice y mi adorado sustento.
Porque sin Celia no soy nada.
Ella ha encaminado todo en mi vida, cuantas decisiones he tomado han sido con y por ella..., pensando en ella..., sintiendo en ella.
Pero no debo llorar... no...
Celia volverá para abrazarme en mi dolor, en mi sentir, en mi ser.
¡Sí! ¡Estoy seguro! La conozco muy bien y sé que ella me quiere... siempre me quiso.
Por eso pronto volverá, a no mucho tardar. Y con una sonrisa viva en sus preciosos ojos de maravilloso encanto, me dirá: